

La violencia vicaria es aquella que se perpetra contra alguien que no es el objeto directo de la agresión. Pero que lógicamente sufre los efectos de una violencia que utiliza su cuerpo, su vida o sus circunstancias, para a través de él o de ella, impactar en la diana certera que es el foco de maltrato real.
Es lo que comúnmente hacen los agresores machistas con sus hijos y sus hijas. Usarlos para, atravesándolos con la violencia, causar un daño en la mujer a la que siguen maltratando utilizando a los hijos e hijas que tienen en común con ellas.
El mayor de los sadismos es ese. Y es que los perpetradores son seres que viven por y para hacer daño a la mujer que no fueron capaz de doblegar a golpes o manipulaciones.
La violencia vicaria está a la orden del día y absolutamente normalizada, tanto, que la justicia sigue entendiendo que, pese a que se haya demostrado que te dio palizas durante años, ese ser es capaz de ser un buen padre. Y con esa premisa le otorga la custodia compartida en innumerables ocasiones.
Da igual si el niño o la niña estaban escondidos en la habitación de al lado escuchando los insultos, los golpes, las amenazas de muerte e incluso las violaciones a sus madres. La Justicia entiende que un padre es un padre.
Y gracias a esa idea errónea, arcaica y profundamente machista de que el padre está por encima de todo, tenemos casos como el de Bretón. Un asesino que mató a sus hijos pese a ser un maltratador condenado. Pero no es este el único suceso terrible, no. Ha habido otros igual de dramáticos. Y lo peor de todo es que las personas que trabajamos con víctimas sabemos que ese es el comportamiento normal de la mayoría de ellos. Usar a los hijos para seguir haciendo daño a su ex pareja. Para seguir maltratándola de la manera más feroz.
Y por esa desidia patriarcal que no quiere aceptar las cosas como son y nombrar claramente que alguien que maltrata no puede ser ni un buen padre, hoy todas tenemos en el mar de Tenerife el alma y el corazón.