

Esta semana pasada el mundo entero se conmocionó al ver el asalto al Capitolio.
Las imágenes que nos llegaban por televisión eran casi, y lo digo sin sorna, de película americana. Como en uno de esos films de acción, un nutrido grupo de desaprensivos, pertenecientes a la capa más baja, intelectualmente hablando, de la sociedad, se tomó la justicia por su cuenta y riesgo. Las redes ardían con una cascada ingente de instantáneas de uno de los momentos más insólitos de los últimos tiempos. Y no era para menos, pues se asaltó, aún sin saber cómo, la sede de la soberanía popular estadounidense. Su “Casa del Pueblo”.
De repente Estados Unidos se convirtió en una suerte de lugar inestable en el mapa geopolítico, donde podría pasar cualquier cosa. Y eso desató la inseguridad a niveles planetarios. En España muchos recordamos rápidamente el 23 de febrero de 1981 cuando Tejero, subido en el palco de oradores del Congreso y con todos los diputados tirados por el suelo, pronunció el “! se sienten coño!”
E hicimos la reflexión de si nos podía pasar a nosotros lo mismo, al ver como la derecha azuza al ala más violenta y reaccionaria de la sociedad con discursos de odio y miedo.
Yo tengo claro que sí, pero que además en nuestro país tendrían el apoyo de una parte importante de las Fuerzas de Seguridad y del Ejército. Negarlo sería hacer un retrato fallido de la democracia que tenemos.
Todos los medios de comunicación de masas organizaron tertulias, publicaron artículos y dieron la noticia preguntándose qué había podido pasar para que algo así sucediese. Intentando, con o sin darse cuenta, hacerse los locos y tratar de hacernos pensar que también estamos locos todos los demás. Pues con ese artefacto que ellos llaman “libertad de prensa”, hacen, en demasiadas ocasiones, de altavoz y caja de resonancia a personas que llevan el discurso de odio como bandera.
Trump es a todas luces un psicópata social capaz de morir matando en el plano político, pero aun así en pocas ocasiones se le ha desmontado su verborrea. Lógicamente porque al Sistema le interesaba una figura como la suya, capaz de negar avances en libertades y de ese modo, defender el capitalismo salvaje como forma de sociedad.
La desinformación y la intoxicación mediática son las formas de comunicar en esta nueva era y encumbrar a Trump fue una estrategia comercial de los poderes que están siempre por encima de los que nos gobiernan.
Los medios mayoritarios, donde está realmente la potencia mediática y el capital, alzaron a Trump por el mismo motivo y con el mismo artefacto o dispositivo con el que dan de comer a la extrema derecha. Replicando y reproduciendo su argumentario sin cuestionarlo.
Por poner un ejemplo: cuando un loco fanático con derecho a escaño y a micrófono, o ambas cosas, dice que los inmigrantes roban, ellos colocan de titular con tal afirmación como si tal cosa y lo publican. Extendiendo de este modo, sin ambages y en estado puro, un mensaje que atenta contra las libertades más fundamentales del ser humano: su derecho a la dignidad personal.
Se convierten de ese modo en cómplices de quienes infringen dolor, sufrimiento y miedo, para luego preguntarse por qué se suceden asesinatos selectivos o cómo es posible que la violencia machista no cese.
Y en un delirio mentiroso y filibustero esconden la intencional ausencia de pedagogía informativa que da barra libre a la violencia sistemática y sistémica contra personas que han sido acorraladas en los márgenes.
Pero esta vez los propios poderes que colocaron a Trump reproduciendo su mensaje, han sentido que perdían el control total sobre él y sobre gran parte de los setenta y cuatro millones de votantes que lo eligieron.
Por esa razón ahora todos corren a lapidarlo haciéndonos ver que hasta el asalto del Capitolio llegó solo en un coche viejo y sin ruedas.