

Hoy hemos amanecido con una noticia que había que leer después de desayunar, porque con el cuerpo en ayunas costaba de digerir, por lo doliente.
Resulta que los vecinos de San Agustín de Guadalix, a través de su Facebook, hacían el siguiente llamamiento:
“Hola a todos vamos a celebrar una misa por el eterno descanso de Mary, Fausto y la pequeña Isabel, fallecidos la semana pasada”.
Retrocediendo con una sola frase, a etapas de caverna en las que los hombres nos arrastraban de los pelos con total normalidad para violarnos dentro la cueva. Etapas en las que éramos poco menos que objetos o cosas que servían para satisfacer sus necesidades más animales. Etapas en las que la humanidad aún no había descubierto ni la rueda.
Resulta que Fausto, hace escasos días, decidió matar a tiros a su hija pequeña y a su mujer. Quemar la casa con gasolina y con ellas dentro y darse después un tiro en la boca. Acabando así con todo lo que le rodeaba. Y segando dos vidas porque le dio la gana. Pues, al fin y al cabo, el patriarcado decide cuando acaba el juego, cuando respiras y cuando dejas de hacerlo.
La realidad es que Mary e Isabel han sido asesinadas por Fausto. Y por lo tanto no han fallecido como dice el mensaje de sus vecinos. Un mensaje que roza lo terrible, la vergüenza, lo espeluznante y el asco.
Resulta sorprendente que esta asociación de vecinos, entienda que los tres fallecieron, en lugar de atisbar la evidencia de que la mujer y la niña fueron víctimas de un asesinato machista. Y que oculten la realidad, con una narrativa que hace ver como algo casual y fortuito, el hecho de que un tipo reviente a tiros a su pareja y a su hija pequeña.
Duele ver cómo ni muertas escapan a la sombra de su asesino porque la violencia cambia de forma y se perpetúa en la negación y el irrespeto a la evidencia.
Bajo mi punto de vista, está claro que San Agustín de Guadalix, rima con Atapuerca.