

Las causas penales en las que se ven inmersos nuestros uniformados rara vez abordan la actualidad mediática para darse a conocer. Lejos de eso, la tendencia es a tapar las corruptelas de aquellos servidores públicos que en lugar de protegernos nos ponen en riesgo.
Hablar de corrupción en la policía tiene un precio. Una cantidad que se paga a modo de persecución y de miedo latente y constante. Los que hemos alzado la voz sabemos mucho de todo eso, pues hemos visto en su esplendor, ese nervio de relaciones de conveniencia, favores y connivencias. Una estructura vertebrada sobre la consigna de la purga a la disidencia interna que busca sostener el estatus quo. El cual a su vez está edificado sobre un mal entendido corporativismo, que se narra en clave de silencio.
Para tener una policía mejor, lo cual es incuestionablemente necesario, es imprescindible establecer mecanismos de control, que no sean internos. Pues el conducto reglamentario es una manera de expulsar a la gente válida y proteger a los que nos avergüenzan. Un modo de articular juicios opacos y sin garantías para todos aquellos desgraciados que están en el punto de mira.
La de policías honrados que han sido sancionados para quitarlos del medio con montajes y mentiras… Y así, de ese modo, ganan los necios, los sucios, los beligerantes y los que de algún modo tienen a otros agarrados, por un poco más arriba de la pantorrilla.
Esos mecanismos tan necesarios lamentablemente en España no van a ver la luz en mucho tiempo. Sí la han visto en Alemania, Francia o Italia donde se han llevado a cabo limpiezas dentro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Un ejercicio de higiene democrática y de responsabilidad política orquestado para echar fuera a quienes, con su ideología nazi o de corte fascista, ponen en cuestión a la institución.
Pero aquí triunfó el fascismo y aquí se les tapa. Porque ni colgamos a Franco boca abajo como pasó en Italia, ni pedimos perdón al mundo como Alemania. Por eso somos otra cosa. Una democracia rara, extraña. Una democracia híbrida, que lo mismo es roja, que verde, que azul o que naranja.
Nuestra policía en esos países estaría incapacitada.
No es baladí que Ana Rosa Quintana tenga una medalla al mérito policial, pues el blanqueo de las vergüenzas patrias se pagan. Y es que los medios de comunicación de masas no te dirán que en la última semana han detenido en Baleares a un Guardia Civil que presuntamente colaboraba con una mafia internacional que explotaba personas migradas.
Ni tampoco que el Supremo ha emitido una sentencia a dos policías de Madrid, que secuestraron a una mujer y se la llevaron a la fuerza en un coche tras pedirle sexo y que ella se negara.
Ni tampoco que se ha detenido a un policía y a un militar por pertenecer a una mafia de prostitución infantil con la que colaboraban en Almería (Adra).
Ni le darán mucho bombo al hecho de que hayan salido audios de Guardias civiles, ascendidos y condecorados, tras asesinar aleatoriamente a personas a las que les ponían bolsas en la cabeza y a las que torturaban.
Ni te hablarán de las detenciones extra judiciales o extra policiales. Ni de los informes de instituciones europeas que denuncian la violencia policial en España.
Y no lo harán porque saben del volumen enorme de sinvergüenzas y matones que han copado las instituciones.
Y por eso nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato, porque todos saben que no es un gato, sino el rey de los leones.