

Hace tiempo que le doy vueltas a un asunto que me provoca enormes dolores de barriga. Una realidad incómoda con la que me es difícil lidiar, por doliente y sucia.
Y como vivimos en la era de la post verdad y en un momento en el que todo lo que se dice debe ser políticamente correcto, tengo que tragármela a riesgo de resultar intoxicada de inmundicia y miseria.
Sirva pues este pensamiento a modo de vómito o como forma de regurgitar lo que no estoy dispuesta a meter dentro de mi cuerpo.
Veréis, el sistema como lo conocemos, está usando todo su altavoz mediático para lograr ensalzar a la extrema derecha. La anomalía democrática ha llegado hasta extremos tales, que ya se la reconoce con normalidad como parte de nuestro arco político y se le permiten todos los excesos. Barbaridades impensables hace unos años como: acudir a centros de menores a acusarlos de ser delincuentes, relegar a las personas homosexuales a llevar sus vidas dentro de una habitación o en el secretismo de una cama, explicar que los extranjeros son unos violadores, ladrones y criminales en potencia, negar la violencia machista, decir que el holocausto no fue para tanto o ensalzar a asesinos y parricidas. Eso entre otras lindezas.
Pero no solo eso, sino que el sistema pretende ahora hacernos creer que es absolutamente respetable que se haga discurso de odio y se vulneren las libertades fundamentales. Por eso nos pide respeto para unas supuestas “opiniones” que bajo ningún concepto deben aceptarse. Y no debe hacerse porque no son “opiniones” sino violencia, discriminación en estado puro y el germen del miedo.
La esencia principal que ha destrozado, a lo largo de la historia, nuestras sociedades.
Los Cayetanos siempre han sido muy dados a que les hagan el trabajo de fondo y por eso, creo yo, incitan con palabras y razonamientos de barra de bar, a sabiendas de que no faltará quien recoja el testigo abajo, en la calle, en el corazón de la sociedad.
Por eso nos están intentando hacer ver que los discursos que colocan a las minorías sociales en los márgenes, apuntan a la cabeza de colectivos que aún no tienen reconocidos sus derechos o señalan a personas con la piel de otro color al hegemónico, son formas de pensar tan respetables como otras cualquiera. Para que cuando te empieces a quejar tengas a tus vecinos, a tus familiares, a tus amigos y todos en general, diciéndote que hay muchas formas de pensar y todas son tan respetables como las otras.
Vamos que lo mismo Gandhi que el kukusklan.