

Históricamente las sociedades han estado regidas y gobernadas por los más bárbaros. Por los que estaban dispuestos a pasar por encima del dialogo y del respeto, con tal de conseguir lo que querían. Y eso que querían normalmente era someter y doblegar al resto a su antojo. Y por supuestísimo, en ese “al resto”, estamos indudablemente las mujeres. Todas, sin excepción. Hasta aquellas que dicen que siempre se han sentido iguales y que nunca las han discriminado, han sido víctimas alguna vez de la una violencia que es selectiva. Pero verbalizan que a ellas no les ha pasado, porque la ignorancia es muy osada y a las mujeres la sociedad nos enseña a aceptar la violencia como parte de nuestra vida. Y, por tanto, no sabemos muchas veces reconocerla como tal.
Aunque, ciertamente, en ocasiones el motivo real es que son unas pobres lerdas de derechas que se mienten a sí mismas por pura supervivencia, o por mantener su status dentro del sistema.
La violencia machista es un mecanismo de control social que pretende que las sociedades no avancen, que haya un inmovilismo y se sucedan años y años sin cambios sustanciales. Es decir, sin derechos para nosotras.
Por ese motivo el sistema, con absoluta carencia de dolores pese a tener el niño la cabeza grande, ha parido un discurso negacionista de la violencia machista. Y lo ha alumbrado porque resulta muy necesario contar con un contrapunto a los avances que el feminismo estaba logrando en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria para todas y para todos.
El discurso negacionista pretende ocultar para siempre el hecho indudable de que nos están asesinando. Y esto no es un slogan publicitario, sino una gran realidad avalada con cifras de verdadera pandemia.
Si sumásemos el número real de niñas abusadas por sus padres, abuelos, hermanos, tíos o vecinos y el de las mujeres acosadas en el ámbito laboral, las agredidas por su pareja, las violadas, abusadas, tratadas, prostituidas o maltratadas con cualquier otro tipo de violencia patriarcal como la económica o la psicológica, tendríamos la cifra real de lo que somos como sociedad. Un crisol de sucia, oscura, miserable y feroz desvergüenza.
El discurso negacionista es el rearme de una élite de machos castrados para vivir en libertad. De un grupo de fieras encarceladas en sus propios miedos y la conciencia clara de su mediocridad. Seres retraídos ante cualquier avance de libertades que les coloque en el sitio en el que, por justicia, saben perfectamente que deben estar. A veces los miro. Tan anodinos, tan vacíos, tan pueriles agarrados a un privilegio que no saben ni siquiera manejar y siento lástima, pero se me pasa enseguida.
Sería divertido escuchar sus estupideces supinas y ver cómo, con mensajes cortos como ellos, logran convencer al resto del rebaño rancio, cateto y asilvestrado que les sigue con ahínco, si no estuvieran enviando un mensaje tan envenenado.
Porque en ese “no existe tal cosa que se llame violencia machista”, se les está diciendo viciosas a las violadas, merecedoras de la paliza a las agredidas, busconas a las abusadas y casos puntuales a las que aparecen en pozos semi desnudas y con una piedra encima.
Todo avance de derechos trae consigo un movimiento contrario. Y ellos son la respuesta a esta última ola de apertura feminista como propuesta de cambio para todas y todos. Y digo todos porque no hay que olvidar al hombre como parte importante de ese cambio.
Decía Gramsci que «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».
Y así es como ahora que volábamos hacia delante como sociedad, han aparecido los nuestros. Monstruos patrios que, apelando a las tradiciones, han vuelto a poner de moda ser una basura patria -arcal.
Monstruos de la España de caverna que hacen pinturas rupestres con sangre y tierra.
2 Comentarios. Dejar nuevo
Gracias Sonia.
Gracias a ti. Un abrazo.